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Que vuelva el principito

Autor: José Carlos Bermejo

Año publicación: 2013

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Preguntas y valores

El otro día tuve la dicha de acompañar a una familia cristiana durante varios momentos de la agonía de la esposa-madre-abuela de los presentes. Fue una dicha, digo, porque pude apreciar el valor de vivir en clave de amor, de esperanza, de fe. En varios momentos, a ritmo casi de la apnea de quien vivía sus últimas horas, dados de la mano en torno a la cama, oramos con gran sencillez y expresamos en voz alta lo que habitaba en nuestro corazón.

En otro núcleo familiar, sospecho que no habría escuchado más que la lamentación para la larga duración de aquella situación, una intolerancia al proceso y al dinamismo de la espera, en contemplación del misterio.

No soy partidario de la cantinela que escucho con frecuencia: “se han perdido los valores”. No. No creo que se hayan perdido. En algún sitio están. Es probable que necesitemos una provocación para que su manifestación explícita, su impregnación de la realidad de manera efectiva, se haga luminosa y transformadora. Es probable que necesitemos algún Principito, como el de Saint Exupéry, que sea capaz de rescatar con sencillez las preguntas que atraen los valores.

Las preguntas

Una de las experiencias desagradables de la estación de la enfermedad precisamente, es ver a los profesionales o voluntarios que quieren entablar relaciones de ayuda, convertidos en comisarios de investigación que acribillan a preguntas inoportunas, moralizantes o curiosas, irrespetuosas del ritmo y protagonismo de quien tendría que marcar la pauta del encuentro.

Ahora bien, en los tiempos que corren, entre el estilo interrogatorio y el laisser-faire que puede llevar a un silencio no elocuente, pueden encontrarse las preguntas mayéuticas evocadoras de los valores.

El Principito, en su sabiduría aparentemente ingenua, formalmente casi infantil, pero radicalmente profunda, nunca renunciaba a una pregunta, una vez que la había formulado. Una clara curiosidad le permite “viajar” por los planetas. El principito goza del conocimiento, de la relación que le permite descubrir personas y cosas nuevas. El principito se interesa por las razones últimas que ponen en ridículo muchas conductas superficiales. El principito desvela así los valores más genuinamente humanizadores y capaces de poner sentido a la cotidianeidad de la diversidad de situaciones encontradas.

No se cansará de repetir que “las personas grandes son muy extrañas”, mostrando así que la racionalidad científico-técnica, productiva, (planeta del astrónomo), el afán de poder (planeta del rey), la evasión del bebedor “para olvidar que es bebedor” (planeta del bebedor), la vanidad de la búsqueda de las alabanzas (planeta del vanidoso), la ausencia de preguntas sobre el porqué del poseedor de las estrellas, la poca valoración de lo efímero por serlo, aunque sea hermoso (el geógrafo), todo ello es cuestionado desde la sana ingenuidad que busca la verdad.

Necesitamos principitos en los procesos de relación de ayuda, que encuentren las preguntas clave, las preguntas “llave” para provocar el emerger de lo realmente importante, de las perlas de valor que se dan cita también en la estación del sufrimiento, de la enfermedad, de la crisis. Necesitamos principitos que medien en medio del misterio, para desvelar las posibilidades de sentido y de valor.

Fankl y los valores

El conocido y generosamente citado Vicktor Fankl, psiquiatra vienés que pasó por los campos de concentración nazi, en su obra “el hombre en busca de sentido”, dice: "éramos incapaces de captar la auténtica realidad de nuestra condición y se nos escapaba el significado de los acontecimientos". ¿Qué sentido tenía vivir en aquellas circunstancias? Es la pregunta que –con su principito interior- consigue formular para desvelar la luz que ilumine la oscuridad del sufrimiento y no permitir que la desesperanza acabe dando color a la vida.

En efecto, Frankl elabora una tesis sobre los valores que dan sentido a la vida.

Primero, los valores creativos. Segundo, los valores de relación y experiencia, y tercero, los valores de actitud. Por ejemplo, un enfermo vivió sucesivamente estos tres valores de forma singular. Era un diseñador de publicidad; al diseñar anuncios vivía los valores creativos. Sufrió un tumor en la parte alta de la columna vertebral: ya no pudo ejercer su profesión ni, por tanto, esos valores creativos.

En el hospital, se entregó a la lectura de buenos libros, se deleitaba oyendo música escogida y animaba a otros pacientes: entonces pasó a experimentar los valores vivenciales, es decir, daba un sentido a su vida acogiendo ese segundo tipo de valores.

Finalmente, su parálisis progresó tanto que ya no fue capaz de leer, ni aguantar los auriculares. La víspera de su muerte, y sabiendo perfectamente lo que le aguardaba, el enfermo rogó que le pusieran la inyección de medianoche: para que no se molestaran en levantarse a la mitad de la noche. Este hombre, en las últimas horas de su vida, no se preocupaba de sí mismo, sino de los demás. Fue su forma de encarnar los valores de actitud.

Para Frankl, el ser humano es libre y posee la capacidad de elegir... El ser humano se halla sometido a ciertas condiciones biológicas, psicológicas y sociales, pero dependerá de cada persona, el dejarse determinar por las circunstancias o enfrentarse a ellas.

La última de las libertades humanas, la más honda, es la elección de la actitud personal que uno decide adoptar frente al destino, para decidir el propio camino.

Cómo comunicar los valores

Una preocupación universal es cómo trabajar para que los valores se encarnen en nuestro alrededor, en los jóvenes, en los mayores, para que impregnen el modo de trabajar, de cuidarnos recíprocamente, para que humanicen.

Los valores tienen una vía de acceso privilegiada por ósmosis, por diferencia de concentración. Es decir, son interiorizados especialmente cuando son experimentados. Por eso no me apunto a quien se lamenta porque “se han perdido los valores”. Me apunto a quien se compromete a trabajar porque los valores se expresen de forma actualizada en los contextos y tiempos en que nos movemos.

Porque los valores son más bien transculturales, transubjetivos, transhistóricos. Mirados así, nos sentiremos mucho más comprometidos a testimoniar los valores que a evocar nostálgicamente realidades que, en el fondo nunca existieron.

Lo que en verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y, después, enseñar a los desesperados, que en realidad no importa lo que esperamos de la vida, sino qué espera la vida de nosotros. Frankl dirá: "Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre. Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padre Nuestro o el Shema Yisrael en sus labios".

Que vuelva el Principito con sus preguntas, que impregne los espacios de vida, de adversidad, de sufrir y  morir. Cualificaremos también así las relaciones de ayuda.

 

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