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Medicina de la liberación

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2007

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Hace ya más de diez años se celebraba la Segunda Conferencia Internacional sobre Salud y Derechos Humanos en El Salvador. En ella, un grupo de trabajo reflexionó en un taller sobre la “medicina de la liberación”, nombre inspirado en torno a la expresión “psicología de la liberación” y apoyado en la conocida “teología de la liberación”.

Como es sabido, la teología de la liberación, surge en torno al Concilio Vaticano II y su llamada a abrirnos al mundo en el cual la iglesia debe actuar como sacramento de salvación. Y al contemplar la realidad en Africa, Asia y América Latina, el mundo de las mayorías y abrir los ojos a ellas, nos encontramos cara a cara con la injusticia  institucionalizada que somete a millones y millones de personas a una pobreza inhumana. Tropezar a cada paso con esa injusta pobreza sacudió profundamente los corazones de algunos cristianos bien intencionados que contribuyeron y contribuyen –no sin dificultades- a la reflexión teológica, particularmente en Sudáfrica y América Latina.

Distribuir la pobreza

La medicina de la liberación, expresión mucho más reciente y apenas difundida (Lanny Smith, 1996), quiere reclamar “un uso consciente y concienzudo de la salud para promover la dignidad humana y la justicia social”.

Constituye un reclamo para una justa distribución de los bienes, de los recursos disponibles para investigar, prevenir, diagnosticar, tratar y ayudar a morir en paz. Pero lo es también para que escuchemos a cuantos ejercen profesiones sanitarias en entornos de empobrecimiento, muy integrados en la vida de la comunidad.

Otros valores reclamados por la medicina de la liberación suponen la conciencia de la dimensión moral de la comunidad, la fidelidad a los intereses del paciente (en lugar de otros –sic!-), el reconocimiento de la humildad necesaria en la práctica y capacitación médica, así como la reflexión sobre las causas sociales de las enfermedades, en particular, lo que podría bautizarse también como “medicina de la opresión” (piénsese en la investigación inmoral, en las desigualdades flagrantes en el acceso a recursos sanitarios, etc.).

A nadie se le escapa la gran paradoja a la que asistimos. Mientras que en la Europa del bienestar las prestaciones sanitarias básicas están más que aseguradas, y se  buscan criterios para la introducción de nuevas prestaciones, en la mayor parte del mundo el mayor problema es conseguir estructuras políticas que regulen y hagan sostenible un sistema mínimo de prestaciones en igualdad de condiciones para todos los ciudadanos. En Europa distribuimos la riqueza;  en la mayor parte del mundo el reto es distribuir con equidad la pobreza.

Algo no va bien

Mientras distribuimos la riqueza, nos sorprendemos de los conflictos éticos que nos vamos creando  y a los que se acomoda nuestra mirada. La colonización tecnológica en los ámbitos de salud genera encarnizamiento terapéutico. Vamos cambiando una vida más corta y una muerte más rápida por vidas más prolongadas y muertes más lentas, conviviendo con deterioros cognitivos y grados de dependencia importante, que todos definimos como indeseables ante su contemplación. Decimos querer morir en casa, en paz y con los nuestros, y permitimos ser víctimas de la expropiación del morir por la tiranía del poder médico, encarnado de diferentes maneras.

Mientras debatimos sobre los genéricos, sobre la necesidad de las patentes para que progrese la investigación, la mayor parte del mundo contempla los debates agonizando, con los síntomas de enfermedades evitables, de enfermedades como el sida, paradigma de la diferencia de abordaje en un mundo y otro, revelador de la irracionalidad más absurda a la que podamos asistir.

Intentamos humanizar la asistencia sanitaria en los países considerados desarrollados, resistiéndonos a la despersonalización en las relaciones entre profesionales sanitarios, pacientes y familias. Trabajamos por construir conceptos de salud más holísticos, superando la reducción al biologicismo y promoviendo la conciencia de la responsabilidad individual en el cuidado de la salud y el afrontamiento de las enfermedades. Promovemos estilos deliberativos de afrontamiento de los conflictos éticos, la superación del paternalismo médico. Nos esforzamos por impedir que el enfermo sea siempre considerado como una persona…

Pero mientras hacemos todo esto, pensamos, con demasiada frecuencia, con los ojos fijos en nuestro ombligo, en el ombligo cada vez más pequeño: el mío, el de mi entorno, el de mi comunidad autónoma, el de mi país, el de mi sistema sanitario.

El mercado ha conseguido hacernos pensar la salud y la asistencia sanitaria como un producto que pagamos y que ha de ser entregado en las tiendas (hospitales, centros de salud) en forma de servicios. Alcanzamos cotas de igualdad en la distribución de los recursos, promovemos la vigilancia de enfermedades infecciosas, la medicina preventiva, la eficiencia de las organizaciones prestadoras de servicios…

Pero las expectativas de igualitarismo propias del más genuino corazón humano  no sólo no se cumplen para la mayoría, sino que se convierten en explotación y miseria de la mayor parte de la población de nuestra aldea global. Justicia es sinónimo de equidad, pero equidad entre cuantos menos mejor. Protegemos a los más desfavorecidos del sistema, pero de un sistema cuanto más cerrado mejor y en el que hayamos contribuido.

Es el individualismo liberal el que caracteriza nuestra sociedad, pero también el que influye nuestros pensamientos, nuestras demandas al sistema, nuestro modo de hacer experiencia de enfermedad y de salud.

Globalizar la salud

La idea de globalizar la salud se viene construyendo poco a poco de acuerdo con las principales declaraciones mundiales de salud. La Asamblea Mundial de la Salud, en 1995, reconoce que la globalización puede rendir ciertos beneficios para la salud, pero supeditada a valores ineludibles, como el derecho a la salud, la ética política, la equidad, la solidaridad y la perspectiva de género.

 Es ya hora de afrontar determinantes de la salud como la pobreza, principal amenaza, y atender los requisitos previos para la salud: paz, educación, seguridad social, alimentación, ingresos, empoderamiento de las mujeres, protección, justicia social, uso de recursos sostenibles, respeto a los derechos humanos y equidad.

La no conocida aún medicina de la liberación podría contribuir a escuchar las voces de los oprimidos para ver cómo la injusticia ha sido institucionalizada y nos hemos instalado en nuestra mal formada complacencia. Se trata de buscar un camino para la esperanza, una manera de construir sobre la energía de las personas, de todas las personas. La deshumanización que resulta de un orden injusto constituye el mayor reto que nos interpela a todos y cada uno.

Asistimos (¿impasibles?) a dos mundos muy distintos al analizar la distribución de los recursos relacionados con la salud. Uno el de los países desarrollados que nos hace exigentes en una cada vez mejor asistencia sanitaria, y otro en el que se encuentra un marco político y económico en el que el mismo pensamiento se bloquea al describirlo y compararlo.

¿Tendremos que pensar la relación de ayuda no sólo en términos de acompañamiento personal centrado en los recursos del otro, sino en términos también de considerarnos sanadores heridos en la aldea global? ¿Se llamaría esto “globalizar la relación de ayuda”?

 

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