Año publicación: 2002
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Junto al lecho de Lucía, que vivía el final de sus días, he encontrado durante diez días a su hijo Jesús, cogiéndole la mano a su madre, lloroso, diciéndole cosas de vez en cuando a su madre con tono cálido y cariñoso. Todos los días, mirándome cuando también yo acariciaba la otra mano de su madre en el lecho de muerte, me decía: “soy más débil de lo que creía”. Y yo le respondía: “¿no será ésta la fortaleza del corazón?”
Jesús es un hombre cerebral, experto en la lógica aplastante del mundo de la informática y de las telecomunicaciones, directivo de una gran empresa. Confiesa que se siente distinto, que está descubriendo una nueva dimensión de su vida: la ternura.
Ordinariamente funciona de manera fría, calculadora, eficiente. En el mundo de la producción y la lógica, mientras el interlocutor sea una máquina, parece que no se requiere otra cosa para que vaya bien. Pero la vida tiene otras dimensiones.
La enfermedad y la muerte evocan la ternuraSin embargo, junto al lecho de su madre enferma y al final de sus días se transforma en una persona cariñosa, pródiga de caricias y expresiones cálidas. Lo malo es que experimenta esto como “una debilidad”.
La ternura, en cambio, ese registro de la comunicación que nos aproxima y nos hace experimentarnos queridos, arropados, destinatarios de la gracia del amor, requiere el coraje de mostrar la fortaleza del corazón que se expresa bajo apariencia de debilidad.
Coraje sí, porque he visto a muchas personas que, junto al lecho de muerte de sus seres queridos no tienen el coraje de expresarse tiernamente, de decirse lo que sienten, de decirse que se quieren, de acariciarse. Como he visto también lo contrario. Estos han quedado, tras la muerte del ser querido, serenos y satisfechos, contentos del modo como han hecho del dolor de la separación una ocasión para expresar el amor: un sacramento de la resurrección. Porque resucitamos cada vez que conseguimos y experimentamos que el amor triunfe sobre las expresiones de muerte.
Ser tierno no ser blandengue. Al contrario, expresarse tiernamente requiere el valor de generar esa intimidad emocional que consume energía propia porque nos hace participar del mundo emotivo del otro.
Expresarse tiernamente no significa darle a las palabras ese tono meloso que repele, que genera inferioridad en el otro porque se le trata como a un niño, utilizando incluso palabras impropias que infantilizan.
Expresarse tiernamente significa más bien leer el propio corazón, constatar lo que siente, cómo vibran sus entretelas y expresarse en sintonía con cuanto él dicta. Expresarse tiernamente significa superar las barreras que levantamos en la comunicación cargando a muchos gestos de significados prohibidos.
Expresarse tiernamente significa reconocerse seres sexuales y encontrar en la energía de la sexualidad una fuente de comunicación afectuosa y encarnada que genera comunión con los demás, con la tierra, con el mundo y con Dios. Hay, sin duda, una estrecha relación entre sexualidad y espiritualidad que, de manera elegante han sabido expresar los místicos.
Indicadores de ternuraQuizás el primer indicador de ternura en la relación sea la veracidad. No hay ternura sin verdad. Lo que pudiera haber sabría a ñoñería, si es que algún sabor tuviera. La ternura, en cambio, es sincera, es veraz, es modo auténtico de expresión de lo que habita en el corazón.
La ternura se vive con libertad. La expresión blanda, pero forzada, es dura. La expresión cordial, pero autoimpuesta, no es sincera. La ternura se vive y se expresa con libertad. Por eso encuentra caminos de comunicación que parecería que le son más propios de la relación íntima o de la relación con los niños, como es la caricia, el contacto visual, el tono de voz entrañable y envolvente, el ritmo de la voz sosegado.
La ternura, efectivamente, se expresa por encima de la racionalidad intelectiva. Va acompasada de una racionalidad distinta, la de los sentimientos, la del corazón, la que desea comunicar firmemente la proximidad y la comprensión en la debilidad ajena. La ternura con el enfermo implica auténtica empatía con el mundo de sus significados, con la comprensión de los sentimientos que le habitan.
La ternura se expresa con naturalidad. Acariciar la mano, la frente, la mejilla, de una persona que muere es un gesto tierno de comunicación afectuosa y de apoyo en la fragilidad. Apretar la mano, sostener la mirada en los ojos –sí, sostenerla-, desencadena blandura y sonrisa incluso en quien está aplastado por el sufrimiento o por el dolor, genera agradecimiento y gracia, provoca encuentro.
La ternura se expresa con armonía entre los diferentes elementos de comunicación. No hay contradicción entre unos y otros. En efecto, armonía es un término auditivo que hace referencia a un sonido que se complejiza enriqueciéndose cada vez más y, permitiendo un sin número de matices que dan riqueza y gozo sensorial y espiritual. En un nivel sensible, está próxima a la suavidad. A nivel psicológico algo se realiza con suavidad y ternura cuando se nota que es una manera de ser y se efectúa de modo sencillo, no forzado, ni estridente, sino que se percibe que es algo natural. A nivel espiritual, la ternura es uno de los signos más diáfanos de la presencia de Dios, según Ignacio de Loyola y así también la ternura es signo de la misericordia y de la acogida de Dios. A nivel de compromiso, la ternura se manifiesta como un modo de hacer que brota del propio pozo y genera bien, contagia humanidad y provoca comunidad y comunión, implica atención y preocupación por el otro, y búsqueda generosa de la paz y de la justicia.
En el fondo, la ternura tiende a hacernos divinos o, lo que pudiera ser lo mismo, realmente humanos, genuinamente humanos, a imagen de Dios.
Imprescindible ternuraEn el encuentro con la vulnerabilidad, con los enfermos y familiares, con los destinatarios de la acción social, se requiere firmeza, sí, especialmente para ser eficaces, confrontar cuando es necesario; pero es imprescindible la ternura.
La ternura es expresión primaria de nuestro ser corporal, de nuestra cualidad de seres relacionales que subsistimos unos gracias a otros. Sin ternura moriríamos. Sin ternura moriría la solidaridad. Sin ternura seríamos capaces de matarnos o dejarnos morir.
La ternura es reclamada inexorablemente por la vulnerabilidad propia y ajena, por nuestra humanidad, por lo que nos define: necesitados de otros para ser, para vivir, para sanar, para estar integrados en la colectividad y tener vida física y social. La ternura es reclamada simplemente por el hecho de ser humanos y querer vivir humanamente.
Ser tierno, ser entrañable, mostrarse sensible y cordial no es simplemente una cuestión de temperamento o tipo de personalidad, sino que es una cuestión ética. En el ámbito de las relaciones de ayuda, no puede considerarse como algo opcional, un añadido para los virtuosos, sino un requisito para poder calificar una intervención de humana, digna de nuestra condición.
Si ser tiernos fuera de débiles, deberíamos apuntarnos todos a esa debilidad que, en el fondo, es la que nos define como humanos, como necesitados unos de otros, la que genera las relaciones de ayuda.
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