Se cuenta que un monje, imbuido de la doctrina budista del amor y la compasión por todos los seres, encontró en su peregrinar a una leona herida y hambrienta, tan débil que no podía ni moverse. A su alrededor, leoncitos recién nacidos gemían intentando extraer una gota de leche de sus secos pezones. El monje comprendió perfectamente el dolor, desamparo e impotencia de la leona, no solo por sí misma, sino, sobre todo, por sus cachorros. Entonces, se tendió junto a ella, ofreciéndose a ser devorado y así salvar sus vidas.
La historia budista muestra con claridad el riesgo de la implicación excesiva con el sufrimiento ajeno en las relaciones interpersonales, especialmente cuando estas quieren ser de ayuda. Hay, en efecto, quien se auto inmola –psicológicamente hablando- en el deseo de ayudar a quien sufre. Hay quien lo hace de manera intensa y breve y hay quien hace de esta dinámica un modus vivendi o modus relationandi nada saludable.
VOLVER