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Esperar y confiar

Autor: José Carlos Bermejo

Año publicación: 2020

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Nadie coge un tren, un autobús, un avión… porque le guste el logotipo o el color del mismo. Sino porque confía mucho en alcanzar un objetivo que desea y se entrega a quien se encargará de lograrlo. Nadie entra en un quirófano sin confiar en los profesionales y en el éxito de la intervención para lograr una situación mejor de la que se encuentra. Nadie pone agua en una cazuela al fuego sin confiar que, pasado un tiempo, se calentará. Y es que, esperar es confiar. Confiar mucho.

Contamos con algunos referentes que han reflexionado sobre la esperanza y nos ayudan a comprender su naturaleza, aunque es un gran desafío tematizar el contenido de la esperanza cuando queremos romper las fronteras del tiempo y del espacio, particularmente en la muerte.

Laín Entralgo la estudió desde el punto de vista antropológico y exploró sus características. Una de ellas es, precisamente la confianza, esa que se tiene en cualquier “sala de espera”, que estaría vacía si no hubiera esperanza en algo y en alguien.

Cómo es la confianza

Confiar es descansar sobre alguien más grande y más fuerte que uno en el ámbito en el que se espera algo. Alguien que nos ayude a permanecer firmes en medio de la incertidumbre y el anhelo. La mayoría de las buenas relaciones se basan en la confianza y el respeto mutuos.

La esperanza es, para nuestro mundo, según Ernest Bloch, el filósofo marxista, algo todavía poco explorado. Y solo el que se atreve subjetivamente con la máxima confianza y lucha con el valor de la desesperación tiene probabilidades de ganar algo incluso objetivamente, es decir, de posibilitar el mañana desconocido.

Laín Entralgo, médico y filósofo humanista, nos ha regalado varios trabajos sobre la esperanza, como “la espera y la esperanza” y “antropología de la esperanza”. Para él, la esperanza es espera confiada. Espera y confianza son, pues, los elementos básicos de la estructura antropológica de la esperanza.

La esperanza, dice Marcel, es el arma de los desarmados. También es la meta confiada de los que proyectan, calculan y triunfan.

En el mito de Pandora, la esperanza es la única que no sale de la caja al ser abierta por la curiosidad. La esperanza es necesaria para los hombres porque les permite afrontar la muerte sin mirarla a la cara, ya que pueden ignorar el momento exacto de su llegada. La esperanza es así, para los griegos, un consuelo. No es un regalo, sino una desgracia, una tensión negativa, ya que esperar es estar siempre en falta de algo, desear lo que no se tiene, estar insatisfecho por no sentirse completo. Cuando se espera sanar, es que se está enfermo… Es esta una mirada a la vez negativa y positiva de la esperanza.

A primera vista, confianza es entrega, descanso en aquello en que se confía, reposo de la existencia sobre la creída eficacia de una virtud. Si fuera una confianza pasiva, sería una forma de presunción o ingenuidad, más que verdadera esperanza. Quien confía en la ruleta o en la llegada de una herencia imprevisible no es un esperanzado, sino un iluso, un presuntuoso, y la vida real no tardará en demostrárselo.

La confianza del esperanzado, en cambio, exige de la persona una actividad y osadía, un movimiento magnánimo, como dice Santo Tomás.

El principio esperanza

En la gran obra de Bloch, lo que prima es la consideración antropológica del ser humano como ser utópico, como anhelante de una realidad aún no conclusa y que se trata de ir transformando. Lo que Bloch pretende es una filosofía que sea capaz de poner los medios para la edificación de un mundo nuevo, en el que se haga al fin realidad que el hombre deje de ser considerado como un objeto y que se sitúe en el centro de la historia capaz de ser transformada con el propio esfuerzo.

La clave, pues, del principio esperanza, es la utopía, la posibilidad de comprometerse por hacer realidad un ideal deseado y posible. El concepto de utopía puede evocar la capacidad de hacerse castillos en el aire, imágenes en el espejo, cuentos de hadas, sueños en el cine, en el teatro, en la danza, en el viaje, en la novela, en todo aquello que el hombre crea o imagina. Pero no solo. La utopía, como clave de proyección y de compromiso, es también un motor para el individuo y las colectividades, capaz de mover hacia la construcción de una sociedad ideal.

Utopía no es utopismo. Bloch busca un trascender sin trascendencia, es decir, una consideración de la religión en la que la esperanza cobra sentido. Incluso frente a ella, Bloch busca integrarla en su consideración del hombre, dotarla de un sentido, si no en el presente, tal vez en un futuro en el que el individuo encuentre su lugar en una sociedad distinta. Aprender la esperanza

La paciencia, pues, desde esta perspectiva, no tiene ninguna connotación de pasividad, sino de movimiento y compromiso por hacer realidad lo deseado. Se convierte esta mirada, en un desafío y un compromiso. Por ejemplo, la crítica que hizo en 2006 Ramón Bayés a la situación de muchas personas mayores en residencias, es una mirada desafiante. El refería que estas habían entrado en una sala de espera de ferrocarril surrealista, sin horarios ni recorridos, en la que espera puede durar años y en la que ningún tren –ya que se trata de una estación sin trenes- les va a llevar nunca a parte alguna. Al entrar, decía Bayés, por voluntad propia o presionadas por los familiares o las circunstancias, estas personas saben que renuncian definitivamente a toda esperanza de cambio en sus vidas. Esta visión negativa, que no compartimos, no deja espacio a la esperanza que, en efecto, viven muchas personas también en este contexto.

Porque, como dice mi amigo Alejandro Rocamora, la esperanza también se aprende. Influye en ello la voluntad de entrega a la causa de que se cumpla lo esperado, la voluntad por co-crear y dar fuerza a la vocación por la satisfacción del deseo mientras se convive con su frustración, así como la disposición al esfuerzo, e incluso sacrificio, por trabajar por aquello que se espera.

La desesperanza se aprende cuando la persona está sometida a la repetida frustración o falta de control. Del mismo modo, la esperanza se puede aprender. En ello no solo influye el esfuerzo individual y la actitud de confianza y compromiso, sino también el entorno que puede fomentar un dinamismo de tarea activa ante lo deseado, un dinamismo de resignificación de lo que se confía tener. Porque, en efecto, en las situaciones difíciles, la esperanza cobra apellidos y se desplaza desde lo imposible a lo realizable, siempre que individuo y entorno estén por la labor.

El autor de la carta a Pedro, en la Sagrada Escritura, afirma: “estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza”. Una exhortación sólida que invita no tanto a argumentar racionalmente sobre la viabilidad de lo esperado, cuanto a ser testigo de una mirada confiada hacia la realidad en los momentos difíciles. La confianza propia de la esperanza no habrá de ser ingenua, pero tampoco la mirada negativa y no posibilista habrá de ser la que gobierne. La esperanza no tiene certeza de que todo irá bien, sino confianza en que la realidad puede tener un sentido.

 

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