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El coronavirus nos devuelve la palabra

Escuchar sí, estábamos insistiendo en el valor de la escucha y del contacto corporal, el abrazo, el silencio. Distantes, como nos ha puesto el coronavirus, también en situaciones tan críticas como el final de la vida y la pérdida de seres queridos, hay que resucitar la conciencia del poder de la palabra.

En una sociedad de perversión alexitímica, de no poco analfabetismo emocional y espiritual, ¿qué pasa con la palabra? En tiempos de fe ilimitada en el poder de la gestión de la información en salud y de millenials ya profesionales, en la era no ya tecnológica, sino de la nanociencia y nanodimensión, ¿qué pasa con la palabra en salud? En la sociedad del homo videns, que todo lo quiere en imagen o pequeña cápsula visual, ¿dónde queda el diálogo?

Nos humanizamos por la palabra con la que creamos o destruimos, con la que nombramos o eliminamos. Con la palabra nos encontramos en el diálogo.

La voz adecuada es un bálsamo lenitivo, medicina dulce que calma, embelesa y hace olvidar o recordar sanamente –según lo oportuno-, que insufla ánimo y vida en el cuerpo.

Las palabras elevan y hunden, construyen y destruyen. Con ellas se mueven los sentimientos, los corazones, las voluntades. Se pueden usar para formar o deformar, para informar, manipular o coaccionar. Las palabras refuerzan y hacen sentir al otro fuerte o aumentan la fragilidad y el sentimiento de vulnerabilidad. Las palabras acercan a las personas construyendo puentes o alejan construyendo muros y abismos. Las palabras pueden ser un canto que embelesa y estimula el corazón o pueden provocar consecuencias devastadoras o acciones terapéuticas.

Con las palabras acompañamos al otro en procesos de pacificación y perdón, o damos de comer al rencor y al resentimiento. Con poco arsenal, las palabras son un arma con inmenso poder.

Para que la palabra dé fruto, no hay que contentarse solo con purificar la motivación de quien la usa, pronunciarla en el momento adecuado, dar con la más oportuna para aliviar, engrasar, confrontar… sino también hay que escucharla, acariciarla con respeto. A la palabra hay que acogerla con disposición a dejar que se haga fecunda.

 

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