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Curar y cuidar

La historia del vínculo entre las palabras cuidar y curar, se ha de revisar. Es preciso sacar el término cura de la manida dicotomía entre curar y cuidar. La epiméleia posee muchas más dimensiones, quedando patente que está íntimamente conectada en la historia con el tratamiento activo de la enfermedad acorde a los medios propios de cada momento de la historia.

Ambos términos -curar y cuidar- están mutuamente implicados e interrelacionados, dado que tratar y aplicar cuidados iban, en ocasiones, encaminados a la curación y, en otros, al deber de atención del enfermo. No obstante, la acepción meramente terapéutica es ya de suyo un gran reduccionismo. Desde la entidad de la epiméleia cabe decir que la ocupación por el otro implica evitar que sufra una enfermedad o cualquier situación generadora de dolor, de ahí, la dimensión preventiva que posee el cuidar, que anticipa males mayores mediado por la atención a la realidad.

Los hallazgos empíricos (neurociencias, etc.) convergen en un mismo punto convincente: somos, por naturaleza, homo empathicus en vez de homo lupus. La cooperación está programada en nuestros sistemas nerviosos: nuestros cerebros dan más luz cuando optamos por estrategias más cooperativas que competitivas... En vez de plantearnos cómo adquirimos la capacidad de curar, nos preguntamos ¿cómo perdemos nuestra humanidad?.

La expresión “sociedad de los cuidados” -acuñada por el sociólogo Alan Walker en 1985- no se refiere a aquel sector de personas que se dedican a prestar cuidados personales a quien los necesita, ni se restringe a la perte de la via en la que se muestra mayor vulnerabilidad como la infancia o la ancianidad.

 

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