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Cuando el anciano cuenta siempre lo mismo

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2001

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“Cuando yo vivía en Segovia...”, “Cuando yo estuve en América...”, “Cuando trabajaba en la renfe...” Así comienzan muchas personas mayores a narrar trozos de su historia, entre nostalgia e ilusión por encontrar alguien que les escuche. Pero a veces no resulta fácil, porque la historia se repite una y otra vez y terminan por contar siempre lo mismo.

Efectivamente, el proceso de envejecimiento produce diferentes crisis: de identidad, de autonomía, de pertenencia... Y para afrontar la crisis de identidad muchas personas mayores disponen de este recurso: el retorno al pasado o lo que conocemos también como reminiscencia.

Por qué cuentan siempre lo mismo

Ya decía Aristóteles en la Retórica que “los ancianos viven más de la memoria que de la esperanza, porque el tiempo que les queda por vivir es muy corto en comparación con su largo pasado... Esta es la causa de su locuacidad. Hablan continuamente del pasado, porque gustan de acordarse”.

Pero no siempre este retorno al pasado, frecuente en las personas mayores, es bien entendido. Según la creencia popular, la tendencia que tiene la gente mayor a recordar su vida pasada no es más que una manía o un signo de deterioro cognitivo.

Una sana consideración de la reminiscencia nos tiene que llevar a comprender su función y a utilizarla bien en la relación de ayuda con la persona mayor. Aún admitiendo que en ocasiones puede ser índice de deterioro cognitivo y en otras una huida al pasado, exagerando y fabulando, muchas veces tiene una utilidad terapéutica.

La reminiscencia (esta tendencia a recordar la vida pasada) puede considerarse como una actividad de la vida corriente de las personas de edad, útil e incluso necesaria para el equilibrio psicológico y afectivo. No porque el anciano rememore automáticamente esto ha de ser un bien para él, pero en muchas ocasiones sí.

Las crisis propias de esta etapa de la vida explican que el presente se le aparezca a la persona mayor como algo extraño, vacío de muchas cosas y personas que una vez fueron significativas.

A veces el presente es vivido como un momento impregnado por el dolor producido por numerosas pérdidas acumulativas, con sabor de soledad aún en medio de otras personas, coloreado de la amenaza de un futuro en el que el deterioro será fácilmente progresivo.

¿Por qué habría que extrañarse entonces de que la persona mayor busque en el pasado motivos y recuerdos para autoafirmarse y mantener su identidad y autoestima?

Al volver atrás el anciano comunica que está vivo, que tiene una historia, que su identidad no viene definida únicamente por las crisis del momento presente, por los déficits o la necesidad de ser cuidado, sino por tener en la historia lo que otros tienen en el presente.

Vivida en clave positiva, traer a  colación los recuerdos, sin connotación patológica, constituye incluso una oportunidad de crecimiento. El libro de la propia vida se está terminando de escribir y las últimas páginas constituyen una oportunidad de levantar acta de la propia vida poniendo orden, subrayando lo que fue realmente significativo, queriéndose a sí mismo y comunicando el mensaje contenido en  la lectura de la propia experiencia. Es un modo de vivir hasta el final, de luchar contra la soledad, de pacificarse consigo mismo y de culminar la obra de arte de la propia historia con los últimos retoques realizados sobre las partes más delicadas.

Detrás de lo que se recuerda, con frecuencia suele haber un hilo conductor que permite sentirse vivo y en continuidad con el pasado: “No soy un desecho o un mero dependiente de los cuidados de los demás, soy el que fui, vivo y estoy en relación con otras personas”. De este modo, quien se cuenta a sí mismo, busca ser reconocido y seguir siendo el que fue, digno de consideración, respeto y escucha.

La reminiscencia no está siempre libre de tensiones internas. En el pasado que se recuerda, los mayores reviven a veces acontecimientos penosos, experiencias negativas o no asimiladas. Narrarlas constituye entonces una oportunidad de reconciliarse con la propia sombra integrándola en la persona que se dirige hacia la meta de su vida.

Revisar la propia vida es una actividad universal que puede permitir sanar la memoria o amargar una existencia.

Cómo manejar la reminiscencia

Para quienes acompañan a los mayores en el arte de envejecer, no siempre resulta fácil manejar la reminiscencia. Es frecuente escuchar expresiones que invitan a dejar de repetir siempre lo mismo, exhortaciones a olvidar el pasado o descalificaciones por repetir otra vez lo que ya ha sido contado.

Si es cierto que lo que es olvidado no puede ser sanado y que el pasado y la memoria constituyen el mayor tesoro de los mayores, aprender a escuchar el significado de estas repetidas narraciones, a hacer la paz en los conflictos no resueltos y a evitar refugiarse exclusivamente en el pasado, constituyen importantes retos para el que desea acompañar y ayudar a la persona mayor.

Escuchar la narración repetida una y otra vez del pasado no significa oír siempre la misma historia, sino ser capaces de captar cada vez un mensaje nuevo: “hoy, ahora, contigo, contándote lo que ya sabes, me siento vivo y reconocido por ti, pongo orden en mi vida, me autoafirmo, me reconcilio y te considero importante para mi equilibrio afectivo”. Este mensaje me parece descubrir en cada persona mayor que se repite.

Algunos terapeutas han comprendido bien la importancia del recuerdo y lo estimulan directamente, invitando en sus sesiones individuales o de grupo a recordar viejos cantos, viejas anécdotas, historias que circulaban en los tiempos jóvenes, lugares particularmente relevantes. El mensaje es claro: el pasado es importante. Su evocación constituye una consideración respetuosa y en él se puede encontrar sentido. La experiencia puede convertirse en fuente de esperanza a la vez que maestra que enseña para uno mismo y para los demás.

La escasez de tiempo de los profesionales de la salud, agentes sociales o cuidadores informales no será nunca una razón suficiente para abandonar al mayor a una soledad afectiva que le llevara a seguir vivo sin sentirlo, a morir antes de morir.

 

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