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Cordialidad

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2002

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Me estoy convenciendo cada vez más de que la cordialidad, el calor humano, la amabilidad, la cercanía, la familiaridad, esas cualidades por todos deseadas cuando somos usuarios de la atención sanitaria o social, cuando están presentes, generan salud y dan eficacia a las intervenciones. Su ausencia, en cambio, disminuye la eficacia de las intervenciones de los profesionales.

Si esto es así, constituye un reto permanente para los profesionales de la ayuda en la vulnerabilidad poner “más corazón en las manos”, como exhortaba San Camilo a sus compañeros. Pero no para convertir las relaciones de ayuda, las profesionales, en relaciones blandengues, impregnadas de una ternura que no sea propia de la naturaleza de la relación terapéutica. No. Más bien se trata de humanizar la relación para hacerla más eficaz, más eficiente, más en sintonía con nuestra condición humana.

Y es que, presentarse vulnerable ante otro, ante un profesional, disminuye la autoestima, puede mermar la atención o desplazarla del motivo que la genera al modo como se es tratado. En efecto, cuando un paciente sale de una consulta o comenta una visita de un profesional de la salud, es frecuente que comente el modo como ha sido tratado y, a buen seguro, recordará más y seguirá mejor las indicaciones terapéuticas y propuestas preventivas y rehabilitadoras si el profesional le ha tratado cordialmente. La frialdad, indiferencia o ritualización de la relación despersonalizan y merman la confianza y la adherencia.

El corazón

Cordialidad, como es obvio, viene de corazón. Y según el diccionario, se dice cordial de quien tiene virtud para confortar, animar y fortalecer el corazón, de quien es afectuoso, tierno, sincero, benévolo, cariñoso, puro, franco.

En la tradición bíblica, así como en la poesía griega, el corazón es el que regula las acciones. En él se asienta la vida psíquica de la persona, así como la vida afectiva, y a él se le atribuye la alegría, la tristeza, el valor, el desánimo, la emoción, el odio; es el asiento de la vida intelectual, es decir, es inteligente, dispone de ideas, puede ser necio y perezoso, ciego y obcecado; y es también el centro de la vida moral, del discernimiento de lo bueno y lo malo.

En efecto, en hebreo, el corazón es concebido mucho más que como la sede de los afectos. Contiene también los recuerdos y los pensamientos, los proyectos y las decisiones. Se puede tener anchura de corazón (visión amplia, inteligente) o también corazón endurecido y poco atento a las necesidades de los demás. En el corazón, la persona dialoga consigo misma y asume sus responsabilidades. El corazón es, en el fondo, la fuente de la personalidad consciente, inteligente y libre, la sede de sus elecciones decisivas, de la ley no escrita; con él se comprende, se proyecta.

En las relaciones entre las personas es importante la actitud interior, pero normalmente el exterior de una persona manifiesta lo que hay en el corazón. Al corazón se le conoce, entonces, indirectamente, por lo que de él expresa el rostro,  por lo que dicen los labios, por lo que revelan los actos, aunque también es posible una doblez o falsedad que lleve a expresar lo que no habita en el interior del corazón.

El corazón, para los semitas y los egipcios, es, sobre todo, la sede del pensamiento, de la vida intelectual, de modo que hombre de corazón significa sabio, prudente, mientras que carecer de corazón es lo mismo que estar privado de inteligencia, es decir, ser tonto.

En las manos

La riqueza del significado del corazón en ámbitos culturales de los que somos heredereos, nos podría llevar también a tomar conciencia de las posibilidades de hacer cordiales las relaciones de ayuda.

La expresión de Camilo de “poner el corazón en las manos” podría significar entonces impregnar la asistencia (sanitaria o social) de la sabiduría del corazón, de su afecto y de la ternura que le son propios cuando se actúa con libertad y responsabilidad. Significaría ser conscientes del estilo relacional, libres en la interacción, transparentes en las motivaciones, comprensivos en la escucha, capaces de proyectar sanamente el futuro saludable del interlocutor. En el fondo, tener inteligencia y sabiduría de corazón.

Poner el corazón en las manos significa hacer eficaz la intervención. ¿Eficaz? Sí, sin duda. Quien sale de una consulta, quien es atendido por un agente social, se adhiere con más facilidad y su adherencia es más perdurable cuando ha sido “seducido” por la autoridad del corazón del ayudante. De hecho, las habilidades de persuasión, cuando son adecuadas (cuando no caen en la manipulación ni en la coerción), están en estrecha relación con la autoridad afectiva (confianza) inspirada por el persuasor.

Por el contrario, quien sale de ser atendido por un profesional de la ayuda al que ha percibido frío, distante, “sin corazón”, aunque sea éste un excelente profesional en el sentido de su abundancia y precisión de conocimientos y destrezas en el ámbito de su competencia, si no ha sentido ganada su confianza por la vía afectiva, no se adherirá con la misma intensidad ni mantendrá la misma fidelidad a las indicaciones preventivas, terapéuticas o rehabilitadoras.

Cordialidad y profesionalidad

Puede que en el imaginario cultural exista la idea de que cordialidad y profesionalidad son algo opuesto, y que para ser un buen profesional haya que manifestarse frío, distante, serio y riguroso en las relaciones. Como si la afabilidad y la blandura, la afectividad claramente manifestada, el interés por la persona entera y no sólo por los datos, disminuyeran la capacidad de procesar con rigor la información que a las ciencias de la ayuda le permiten diagnosticar y proceder con los recursos apropiados.

Parecería que es “poco profesional” ser afectuoso. Sin embargo, no falta quien, como Albert Jovell están reclamando la complementariedad de la medicina basada en la evidencia con la medicina basada en la afectividad, así como no nos ha faltado quien, como Laín Entralgo, nos haya presentado un modelo de interacción que no dudaba en calificar de amistad, la “amistad médica”.

Si técnica y humanidad estuvieran reñidas, la humanidad no existiría; el animal no se habría hominizado. Lo que sostiene a la humanidad no es otra cosa que el corazón, el corazón interesado por el otro, particularmente por el otro vulnerable. Cabe la sospecha, en todo caso, de que quien no se muestra afectuoso en el trato, se refugia en la técnica, en la frialdad, en la limitación del interés a los datos, no tanto de manera malintencionada, sino por los propios límites y la dificultad de manejar los propios sentimientos. Un buen reto para trabajarse la competencia emocional y para formarse también en el ámbito de la comunicación y la relación de ayuda.

 

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