Blog

¿Vivir dignamente o morir dignamente?

Es lo que se invoca al promover la despenalización o legalización de la eutanasia: la dignidad. Pero ¿qué es la dignidad? ¿Es solo un calificativo a ciertos procesos que sean resultado del despliegue de la máxima autonomía personal que lleve a decidir cuándo se ha de morir? ¿Es solo un calificativo de aquellas situaciones logradas de muerte sin sufrimiento sin explorar otras formas de eliminación y alivio del sufrimiento distintas a la decisión de morir?

La dignidad humana significa el valor interno e insustituible que le corresponde al ser humano en razón de su ser, es el fundamento del resto de derechos humanos. La dignidad posee una dimensión social, colectiva, no se agota en el ejercicio de la propia libertad individual.

Por otra parte, la palabra dignidad admite, al menos, dos acepciones: como forma de comportarse (portarse digna o indignamente, es decir, dignidad ética), o como superioridad e importancia de un ser independientemente de su comportamiento” (dignidad ontológica).

Cabría pensar que el concepto de dignidad es universal, válido para todos. Una de las dificultades concretas, experimentada sobre todo por las personas que se encuentran con la vulnerabilidad humana en el límite, cuando la dignidad parece escondida entre las imposibilidades efectivas de ejercer las características más específicamente humanas, está en la identificación de la especificidad de tal dignidad y de su origen. No es infrecuente que emotividad y racionalidad no estén siempre presentes de manera armonizada a la hora de manejarse ante esta cuestión.

La dignidad humana está en estrecha relación con su condición de vulnerabilidad. Es necesario despertar la llamada “ética de la fragilidad”. El hombre lábil, como dijera Paul Ricoeur expresando de manera precisa la naturaleza de la realidad humana fundamenta una ética humanizadora a partir de la comprensión de la persona como vulnerable, débil, perteneciente a la comunidad humana capaz de hacerle ser y subsistir. La vida humana, especialmente frágil y siempre en el límite, que se expresa especialmente en la risa y en el llanto. Y esta expresión del llanto, como símbolo de la fragilidad humana, constituye un rasgo fundamental que revela que la condición de vulnerabilidad desencadena la dimensión ética. Es digno del ser humano sufrir (nos duele perder un ser querido, por ejemplo), como lo es trabajar por eliminar todo sufrimiento evitable y aliviar todo sufrimiento inevitable.

Pero morir dignamente no significa que solo es digna la muerte cuando se decide cuándo morir. Apuesto por humanizar el vivir los procesos de morir: vivir dignamente cuidando dignamente la fragilidad, respetando sagradamente la dignidad. Invocar la dignidad es previo a una tendencia política; es una cuestión de fundamentación de la humanización.

 

VOLVER