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Ternura y política

Hablamos con gusto de la “revolución de la ternura”. Yo al menos. Me sumo a la propuesta de esta provocación, puesta en varias ocasiones en boca del papa Francisco.

Pero los discursos de la revolución de la ternura bien pueden quedarse en la dimensión afectivo-emocional, en modales de buen trato.

Pero los daños que el sistema global deshumanizado produce, si hacemos una mirada global, no son solo en el ámbito de lo privado. No es solo la despersonalización como falta de ternura en la relación corta.

Despojar subliminalmente a la ternura de su potencial político y de su fuerza ética, es decir, terminar domesticándola, es vaciarla del sentido de justicia social, de negación de todo lo que empuja a resignarse a la desigualdad, a naturalizar la opresión y discriminación.

La ternura está llamada a ser parte de una lógica que encara la lógica perversa de la exclusión. Puede ser este un concepto que pierda fácilmente parte de su poder político y crítico.

 

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