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La relación de ayuda ante el próximo siglo

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2000

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El próximo siglo está a la vuelta de la esquina. Desde numerosos lugares surge la pregunta sobre lo que cambiará en el mismo y si su inicio será realmente el comienzo de algo nuevo. También hay quien se pregunta qué lugar ocupará la relación de ayuda a partir del año 2001 en el que comenzaremos el siglo XXI, dentro del ámbito de la salud.

Yo me apunto al grupo de aquellos que no se esperan un cambio espectacular con el inicio del próximo siglo, así como también con el inicio (más próximo) del nuevo milenio, aunque tampoco descarto algunos posibles eventos importantes fruto –por ejemplo- de acuerdos entre los pueblos. Bien podría ser considerado el año 2000 como un buen momento para condonar la deuda externa de muchos países pobres o en vías de desarrollo.

En el campo de las profesiones de salud en Argentina, a la par que el creciente progreso tecnológico, cabe esperar una mayor atención a los aspectos relacionales y el reconocimiento de la importancia de considerar a la persona en su globalidad en la aplicación de las técnicas sanitarias.

Salud algo más que física

En algunas áreas de la salud, más relacionadas con los aspectos sociales, ya existe una mayor conciencia de los aspectos relacionales. Es probable que en los programas de los congresos de los próximos años nos encontremos más frecuentemente el tema de la comunicación, particularmente para favorecer la adherencia de los usuarios a las indicaciones terapéuticas y preventivas.

En efecto, todo profesional sabe de la importancia de las conductas en la prevención y la recuperación de la salud. Y sabe, además, que mucho de estos procesos están en manos del protagonismo de la persona del usuario, no del profesional de la salud. Cuando un médico pauta una cierta dieta, o indica un tratamiento específico, o cuando una organización realiza una campaña de prevención o cuando una enfermera explica cómo ha de autocuidarse un paciente, sabe que, en el fondo, todo queda en manos de la conducta que asumirá el otro. Como si mucho dependiera del profesional y, a la postre, casi nada. Es ahí donde se descubre la importancia de una buena comunicación para conseguir que la persona del ayudado se adhiera libre y responsablemente a las indicaciones entregadas. Y esta adherencia depende mucho del estilo de comunicación del agente de salud.

Pero es de esperar que la sociedad tome conciencia y reconozca, en este próximo siglo, la importancia de aspectos no físicos en la evolución de la salud y de la enfermedad y su implicación en el tipo de medicina ejercida.

El reconocimiento de que la definición de salud dada por la OMS se nos queda pequeña porque la salud no es un “perfecto estado de bienestar”, ni se reduce a la dimensión física, mental y social, tendrá que hacer que se le reconozca a la dimensión de la experiencia, de la apropiación de lo que a uno le sucede y por tanto al mundo de los valores y de las actitudes adoptadas ante el mal, un lugar relevante. Y para que así sea, adquirirá mayor consideración cuanto va más allá del uso de aparatos o productos químicos para la recuperación de la salud y para el diagnóstico de la enfermedad.

Cada vez parece que reconocemos con mayor facilidad que nuestro cuerpo no sólo responde al impacto de los fármacos que identificamos a primera vista bajo este nombre, sino también la respuesta que nuestro cuerpo da al fármaco más tradicional y universal: la relación interpersonal de ayuda. En este sentido, en el próximo siglo cabe esperar una práctica sanitaria donde se dé mayor importancia –en todos los ámbitos donde se juega la salud- a la comunicación humana, así como más espacio en las instituciones de salud a profesionales como psicólogos, trabajadores sociales, agentes de pastoral, etc.

Medicina de la evidencia y competencia emocional

La medicina centrada en la evidencia, en la que tanto se está parando la reflexión de estos últimos años, con grandes intereses de los gestores de los sistemas y de las organizaciones –públicas y privadas- de salud, habrá de dialogar, en los primeros años del nuevo siglo, con las ciencias humanas. Porque muchos procesos de cuya eficacia habrá que tener evidencia antes de aplicarlos, tendrán que barajar los elementos sociales y relacionales entre las variables a considerar y de los que también dependerá su eficacia.

Esperemos poder hablar, cada vez con un referente real más sólido, de una medicina centrada en la persona. Y centrarse en la persona significará considerar la dimensión física, sí, pero también la dimensión intelectual, la emotiva, la social y la espiritual en todos los aspectos relacionados con la salud y la enfermedad. Esto supondrá que los profesionales de la salud no serán únicamente expertos en las alteraciones físicas y químicas del cuerpo, sino también de las interacciones entre éstas y el resto de las dimensiones. Y de esto, mucho tendrán que decir las ciencias humanas y mucho tendrá que reconocérsele a la relación como vía de acceso al conocimiento de lo que a la persona le pasa cuando enferma y de lo que realmente necesita para recuperar la salud o vivir sanamente en medio de la enfermedad o ante la proximidad de la muerte.

Esperamos asistir, al inicio del nuevo siglo, a un particular desarrollo de la competencia emocional de los agentes de salud. No sólo al reconocimiento de la importancia de los sentimientos en el enfermar y sanar, sino también a la implementación de programas de formación de profesionales de la salud en los que se contemplen las habilidades de comunicación y el manejo de los sentimientos en la misma.

Bioética y relación de ayuda

Y, cómo no, en el campo de la nueva disciplina de la bioética, donde un lugar privilegiado lo ocupa el tema de la comunicación, en los primeros años del siglo XXI hemos de asistir –así lo esperamos- a un desarrollo de la reflexión sobre la dimensión más práctica de esta disciplina. No basta la reflexión sobre los valores y los principios para identificar y discernir en medio de los conflictos éticos, sino que son necesarias estrategias de relación de ayuda para acompañar a las personas en medio de tales conflictos. No es suficiente profundizar sobre la eutanasia –por citar un ejemplo-, sino que es necesario reflexionar y adiestrarse para la relación con la persona que se encuentra al final de la vida y que desea morir o pide ser ayudado a morir, así como conocimientos, habilidades y actitudes para saber leer tal experiencia y disponerse ante la misma con competencia ética.

En el fondo, si la bioética se está centrando en temas de  actualidad, siendo definida ésta especialmente por el progreso de la técnica y la tecnología aplicada a la salud y a la enfermedad, habrá que incluir entre las cuestiones de actualidad el permanente tema de la ética de la cotidianeidad, de las relaciones interpersonales, particularmente profesionales y de ayuda.

Más aún, si al final de este siglo estamos asistiendo al reconocimiento de la importancia de los Comités de Bioética para el afrontamiento de los conflictos éticos en las instituciones de salud, esperamos asistir al inicio del siglo XXI no sólo a la implementación de tales Comités en las organizaciones de salud, sino también a la formación de sus miembros en comunicación para que los estudios realizados por los mismos no adolezcan de un sano discernimiento de grupo, realizado siempre mediante una buena comunicación entre sus miembros.

El nuevo siglo habrá de reconocer a la relación de ayuda la importancia que en realidad tiene. Si en algún momento la práctica sanitaria se ha olvidado de ella, esperamos que el proceso de humanización al que estamos asistiendo sitúe en todo lo relacionado con la salud y la enfermedad, a las personas en el centro.

 

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