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La caricia solidaria

Si la caricia física puede ser expresión de ternura y de cariño para con los niños y para con los mayores, como puede serlo también de erotismo y gozo encarnado, la caricia puede ser también solidaria.

La caricia física solidaria toca la piel del enfermo, del moribundo, del doliente, recoge lágrimas y seca sudores, diluye miedos de soledad o abandono y restaura equilibrios internos.

La caricia solidaria alcanza la piel física, pero también la piel emocional del que sufre. Con su suavidad alivia a las personas, las vidas y las historias que sin desearlo están marcadas por el sufrimiento.

La caricia en la fragilidad y en el sufrimiento representa una alternativa al lenguaje verbal a la vez que puede completar el lenguaje verbal y apoyarlo concretándose así la actitud empática.

Bien utilizada, la caricia solidaria es un recurso elegante también en ausencia de otras habilidades, o al experimentar sus límites, evitando el riesgo de la “palmoterapia” o la fácil palmadita en la espalda que traduce un ternurismo blandengue más que una auténtica ternura. Por eso, la caricia, para no ser invasiva ni superficial, ha de ser oportuna y auténtica, respetuosa y libre.

Pensemos en el malestar emocional producido por los cambios en la imagen física a consecuencia de la enfermedad. O en el duelo por la pérdida de la imagen que se tenía del propio cuerpo. O la mujer que ha sufrido una mastectomía. O en la persona mayor cuya suavidad epidérmica se hizo hermana de la arruga. O en el niño que nace con una discapacidad. O en el enfermo terminal que ya no puede tocarse a sí mismo y está entregado a los cuidados máximos de los demás. La caricia aquí es fármaco del espíritu y restaurador del corazón herido o que traquetea.

Pero la caricia puede ser también confrontadora: puede hacer ver a quien siente que nadie le quiere o nadie le hace caso que, en el mismo momento en que así lo experimenta, está siendo reconocido y se le está haciendo caso.

La caricia solidaria ensalza la belleza interior, la de la dignidad del ser humano, por encima de la belleza física.

Tocar en la fragilidad levanta el ánimo, reconstruye la autoestima y previene el aislamiento. No se puede vivir humanamente sin acariciarse. La caricia solidaria humaniza porque da vida y genera salud.

 

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