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Eutanasia no es humanizar

En los últimos días, no han faltado quienes han apelado a la humanización como clave que justificaría la aprobación de la ley de la eutanasia. El mismo ministro de sanidad, Salvador Illa, ha dicho en el parlamento en la sesión de votación: “Hoy se impone el sentido común y la humanidad”. También la anterior ministra, María Luisa Carcedo, impulsora de la norma, ha defendido la ley porque piensa “en la condición humana, que es vida, pero también padecimiento y muerte”. La eutanasia, ha defendido, “es un instrumento del que disponemos para ponerlo al servicio de un proyecto humanizador”.

El texto aprobado establece que la persona afectada lo solicite dos veces con una diferencia al menos de 15 días y hacerlo voluntariamente, con plena autonomía y tras haber sido informada detalladamente y por escrito de su situación médica, del proceso que seguirá la misma y de las alternativas paliativas si las hubiere. El solicitante debe sufrir una enfermedad grave e incurable que provoque sufrimiento físico o psíquico constante e intolerable o padecer una dolencia crónica e invalidante que incida directamente sobre su autonomía física, de expresión y relación con seguridad de que dichas limitaciones no tienen posibilidad de curación o mejoría. Pero también puede haberlo dejado indicado en sus voluntades anticipadas.

Es momento de duelo, de penosa observación de cómo se ha secuestrado el debate, de cómo se manipula a la sociedad con casos extremos, de cómo no se tiene en cuenta el terrible poder seductor que provocará la ley de la eutanasia a los más frágiles y necesitados de cuidados. Necesitamos sentirnos desafiados a cuidar, a argumentar, a paliar, a acompañar, no a incluir en la cartera de servicios de prestaciones sanitarias, un deseo de unos pocos, que nunca podrá justificar la conversión del mismo en derecho individual y en obligación del Estado de garantizarlo.

Queda mucho por hablar y probablemente, penosas situaciones que contemplar. Humanizar será siempre aliviar el sufrimiento, paliarlo, acompañarlo, pero respetando la inviolabilidad de la vida humana.

 

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