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Envejecer, ¿obra de arte?

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2011

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El arte es entendido generalmente como cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad estética o comunicativa a través del cual se expresan ideas, emociones o, en general, una visión del mundo, mediante diversos recursos. El arte es un componente de la cultura, reflejando en su concepción los sustratos de fondo, la transmisión de ideas y valores, inherentes a cualquier cultura humana a lo largo del espacio y el tiempo. Pero el vocablo ‘arte’ tiene una extensa acepción, pudiendo designar cualquier actividad humana hecha con esmero y dedicación, o cualquier conjunto de reglas necesarias para desarrollar de forma óptima una actividad: se habla así de “arte culinario”, “arte médico”, etc. En ese sentido, arte es sinónimo de capacidad, habilidad, talento, experiencia. Sin embargo, más comúnmente se suele considerar al arte como una actividad creadora del ser humano. ¿Puede ser, en este sentido, un arte envejecer?

Ideas, sentimientos…

Una obra de arte, habitualmente, es el reflejo de una personalidad creadora, es decir, hay una relación estrecha entre los aspectos personales del creador y las características de su obra. Pues bien, la posibilidad de que envejecer sea un arte está en estrecha relación con la capacidad de cada persona de ser creadora, de disponerse activamente ante lo que le sucede. Su lado más opuesto es el victimismo en relación a las progresivas pérdidas que acompañan el proceso de envejecimiento. Un arte que, quizás, es reflejo de la biografía que se ha ido creando a lo largo de toda la vida, no solo después de los emblemáticos sesenta y cinco años.

 Pero el artista no crea sus obras teniendo como única referencia su “yo”, porque el mundo exterior que le rodea y en el cual vive incide sobre sus sentidos e influye también en sus obras de una manera inevitable. Por eso, las posibilidades de que envejecer sea un arte también están en relación con el entorno. Un entorno que hipervalora la belleza, la velocidad, la productividad, la movilidad… es más difícilmente un entorno que fomenta la idea de que también envejecer pueda ser un arte. Alguna peripecia se requiere para conseguirlo. O mejor, que envejecer pueda ser un arte para una persona o un grupo, no depende exclusivamente de las personas mayores, sino de las que les rodean familiar y profesionalmente, de la sociedad en general.

En la obra de arte inciden tanto las ideas del artista como las ideas intelectuales o la ideología de la época, es decir, el conjunto de pensamientos y de sentimientos que impregnan el momento en el que el artista trabaja. Así, por ejemplo, las esculturas o las pinturas del arte románico son antinaturalistas –las figuras no son representadas con realismo-, porque ningún artista de esos siglos tenía interés en reflejar la naturaleza. Este hecho sucedía porque la ideología dominante de la época era muy religiosa y promovía aquello sobrenatural, no aquello natural. Lo que importaba no era la obra artística, sino el mensaje religioso que se derivaba. Hoy, siendo realistas, asistimos a un deseo no de reflejar la naturaleza, sino la religión en la que se pueden haber convertido las prácticas relacionadas con el culto al cuerpo esbelto y pretendidamente perfecto.

Actividad humana hecha con esmero y dedicación…

Si la obra de arte es una actividad hecha con esmero y dedicación, hay que decir que hoy son diferentes los agentes que favorecen que el envejecimiento sea visto y vivido como una obra de arte, no sin resistencias. Efectivamente, programas, proyectos, empresas, organizaciones, entidades con y sin ánimo de lucro, dedican su saber, su producir, su creatividad y lo mejor de sí mismos al estudio y diseño de recursos y servicios para que el envejecer esté rodeado también de oportunidades de vivir activamente y, cuando no activamente, saludablemente o siendo ayudados por la “tecné” propia del arte.

Ahora bien, este esmero y dedicación no impregna todas las esferas. Parecen ser reductos de sensibilidad: geriatras, gerontólogos, instituciones gerontológicas, programas políticos, etc., contribuyen a ello. Pero la cultura –el cultivo- no es uniforme. Aún quedan muchos campos sin cultivar. Muchos profesionales, muchos familiares, no tienen la cultura de la comprensión de los dinamismos del envejecimiento, no se han formado lo suficiente para el cuidado y al acompañamiento. Aún hay quien no cree al anciano que experimenta dolor, o interpreta como caprichos algunas reacciones propias del deterioro cognitivo. Aún queda mucho por aceptar del valor y dignidad de la vida, también en el envejecimiento.

Habilidad, talento, experiencia…

Y, sin duda, se puede desarrollar el talento en el arte de envejecer. No deja de ser un arte, por ejemplo, aprender a recordar, a hacer del pasado un tesoro. De hecho hay quienes, en el pasado, encuentran su mayor enemigo y quienes, recordando, refuerzan su identidad reconociendo que también los tesoros acumulados forman parte de la propia identidad. No solo lo que se tiene o se puede hacer en el presente, sino las propias hazañas del pasado conforman el paisaje de lo que en el hoy parece decaer o arrugarse o convertirse en dependencia.

Es un arte entrenarse durante toda la vida a hacer de las pérdidas una oportunidad de crecimiento. Hoy lo llamamos resiliencia. Es una obra digna de ser admirada la de quien consigue que, a cada pérdida le corresponda una oportunidad. Por eso no son pocos los artistas del envejecimiento que nos dicen descubrir lo que es realmente importante, especialmente en el campo de los valores. Quizás hasta en el “dejarse cuidar” hay una belleza singular. Muy especial, sí, pero por otro lado, ¿quién no se ha dejado cuidar en la vida?, ¿quién no ha sido cuidado en las actividades de la vida diaria mientras su persona se hacía con la incertidumbre de un futuro de desarrollo no solo hacia la actividad, sino también hacia los valores de relación y de actitud?

A buen seguro, no es la independencia la clave de valor del arte de vivir –y por tanto de envejecer-, sino la sana interdependencia. Esta nos caracteriza a todos. Un poco más de dosis en unos momentos que en otros. Un poco más de dimensión física o económica o afectiva… Al fin y al cabo, interdependencia como oportunidad.

 

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