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En cuidar nos va la vida

El énfasis en el cuidado y el autocuidado, al que asistimos desde diferentes espacios odiernos, nos puede llevar a cuidar los espacios, hacerlos más amables, humanizar la arquitectura, particularmente la que está llamada a acoger enfermos, consultas, realizar pruebas diagnósticas y terapéuticas.

Los diferentes planes de humanización de la asistencia sanitaria están subrayando la importancia de cuidar el trato, de impregnarlo de respeto a la dignidad intrínseca de todo ser humano, de cualificarlo con genuina empatía terapéutica.

Pero nos damos cuenta también de que en el haber sido cuidados, en particular en el origen de la vida, nos ha ido la misma vida. Somos porque fuimos cuidados, y mucho. Nos cuidaron antes de nacer, nos cuidaron en nuestra grandísima fragilidad inicial, característica particular de los primeros estadios de la vida humana. Hasta ponernos en posición erguida, fuimos cuidados enormemente, en todas nuestras necesidades básicas. Nos hicimos en el proceso de ser cuidados, con una receptividad y una personalidad individual, específica.

Pero la vida que nos va en el cuidado y en el autocuidado, es más que la biológica. El mensaje del precioso texto del Juicio Final, nos presenta la densidad de cada gesto de cuidado, su valor último. A la vida eterna, a la vida con sentido, a la vida en Dios, a la vida libre de sufrimiento, se accede per el camino del cuidado y de la respuesta compasiva ante las personas que necesitan para vivir de la atención de otros. “Tuve hambre y me disteis de comer…” tiene un valor radical, definitivo, eterno. En el servicio, nos va la vida, en la premura nos hacemos gozosos de la presencia de Dios.

 

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