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Desiertos en el corazón

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2005

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El otro día una mujer, en las I Jornadas sobre duelo celebradas en Tres Cantos, en el Centro de Humanización de la Salud, nos habló de su corazón. Su marido había fallecido por una enfermedad, dos de sus hijos también y otro se había suicidado. Ahora entregaba su vida al cuidado del único hijo que le quedaba, también enfermo. Y su corazón, no estaba desierto.

El relato espeluznante de la cantidad de pérdidas experimentadas por aquella mujer, en un salón de 350 personas, repleto hasta la bandera de jóvenes, profesionales y estudiantes, así como de personas que habían perdido un ser querido –todos ellos interesados por el tema del duelo- no pudo menos que conmover al auditorio.

La pregunta que se mascaba entre la gente era: ¿cómo es posible que en esta situación una mujer se mantenga en pie y lo cuente y relate que tiene energía y sentido vivir así  e impregnar su vida de coraje. Parecería que todo daría razón suficiente para pensar en un corazón desierto, amargado, desgastado, desesperanzado. Y no. Aquella mujer fue un chorro de agua viva para cuantos, con más facilidad, nos desanimamos.

Desertización del corazón

Dicen los expertos de este proceso de desertización al que estamos asistiendo que una parte se debe a causas naturales, es decir, a la transformación de tierras usadas para cultivos o pastos en tierras desérticas o casi desérticas, con una disminución de la productividad del 10% o más. La desertización es severa si la pérdida está entre el 25% y el 50% y muy severa si es mayor.

Este proceso de desertización se observa en muchos lugares del mundo y es una amenaza seria para el ambiente y para el rendimiento agrícola en algunas zonas.

Algunas personas asisten a un proceso natural de desertización afectiva de su corazón. Una y otra pérdida de afectos, experimentada de manera acumulativa, deja la tierra fértil de alegría, de felicidad, de estímulos, de afectos, en una situación depresiva, de apatía, con escasos recursos capaces de dar sentido a la vida.

Pienso en las víctimas de los accidentes que pierden a varios seres queridos de manera imprevista, en las víctimas de las catástrofes naturales, que no sólo pierden seres queridos, sino también bienes y referentes, como la casa, el trabajo, y tantas cosas juntas.

Afortunadamente hoy somos más sensibles a la necesidad de estas personas de recibir ayuda. Expertos de diferentes ONGs y otras organizaciones se preparan para intervenir en estas catástrofes no sólo en términos asistenciales, sino también en clave de ayuda psicológica para elaborar el impacto y sostener en el post-impacto.

Este tipo de relación de ayuda se conoce más bien con el término de intervención en crisis o psychological debriefing. Obviamente tiene más de inmediatez, carácter de urgencia, de contención y evitación de males mayores.

Quienes realizan estas intervenciones son profesionales variados, no necesariamente psicólogos. Intervienen médicos, enfermeras, bomberos, policías, etc.

Estos profesionales, además de satisfacer necesidades materiales puntuales, intentan fomentar la expresión de vivencias y emociones experimentadas durante los hechos, disminuir el estrés proveniente de amenazas psicológicas experimentadas durante la catástrofe o el accidente, evitar distorsiones cognitivas que se pueden producir, ayudar en la organización mental que facilite la comprensión de lo sucedido mediante información veraz, buscar recursos internos o capacidades de afrontamiento que permitan activar lo mejor de uno mismo, identificar recursos externos de solidaridad y cohesión, disminuir la sensación de marginalidad o la cosificación o anulación de la experiencia subjetiva en medio de los hechos, así como planificar cuestiones relativas al futuro inmediato y más a la larga.

Esa sensación de desolación o de desierto en su corazón que uno puede experimentar en medio de una catástrofe que le afecta directamente es paliada por la intervención de estas personas si saben empatizar bien y manejar bien las diferentes variables. En medio del desierto interior, algunas gotas frescas permiten la supervivencia emocional en tan dramática situación.

Así entiendo la experiencia de esta mujer que, habiendo perdido a su marido y tres hijos, ha encontrado el modo de que su corazón no esté seco de esperanza. Se ha apoyado en la solidaridad de quienes le han acompañado en tanta intensidad de sufrimiento.

Desertificación provocada

El proceso de desertización al que asistimos en el mundo, a veces no es causado por agentes naturales. Cuando está provocado por la actividad humana se le suele llamar desertificación en lugar de desertización, producida por el mal uso del suelo, del agua, por la tala de árboles, etc.

Así también en el corazón humano podemos asistir a procesos de desertificación. Pienso en las personas, jóvenes y mayores, que no encuentran fuentes en las que beber, que no se sientes queridas, que acarician una y otra vez la idea del suicidio por no haber amor suficiente en su vida, que deambulan solas por las calles o que se convierten en transeúntes consumidores de ayudas puntuales.

Pienso en el corazón casi desierto de quienes no encuentran alguien que les escuche, alguien con quien compartir los sufrimientos cotidianos, los desvelos que la vida acarrea, en las familias en las que no encuentran la forma de compartir algo de lo que habita el corazón a jóvenes y mayores.

Me vienen a la mente enfermos, mayores y discapacitados sin el soporte emocional necesario para sentir que son algo más que un cuerpo estropeado de manera transitoria o definitiva. Solos en el desierto de la habitación de un hospital, de un centro de acogida u otra institución.

No me olvido de tantas personas que viven en un vergel natural, rico en tierra fértil, en agua, pero en el desierto de la comunidad que utiliza recursos para vivir dignamente, para sanar las enfermedades curables, para afrontar las inclemencias de la naturaleza. Es el desierto de tantos países verdes y bellos, pero desterrados de algunas aguas que ayudan a vivir con dignidad.

También para las víctimas de esta desertificación hay personas que, movidas por la justicia o por la solidaridad, salen al paso de la sed de relación significativa y de ayuda con escucha y apoyo, con recursos materiales y personales.

En estos contextos la relación hace crecer verdes ramas en el corazón humano si los estilos de ayuda no se reducen a un puro asistencialismo, sino que promueven una consideración holística de los demás y de sí mismos. El profesional de la salud, el cooperante, cualquiera de nosotros, damos de beber al corazón sediento cuando contribuimos a que la vida tenga sentido porque las relaciones que entablamos lo sugieren.

Quizás podemos ser unos para otros agua fresca que sacia la sed de vida, la sed de comprensión y de amor. Quizás si también nosotros nos reconocemos sedientos y necesitados de agua, comprendamos que la dinámica de la sed nos puede reclamar relación.

Aquella mujer que nos contó cómo había perdido a su marido y a tres hijos sabía de sed, de necesidad, pero tuve la certeza de que sus palabras fueron agua fresca para cuantos escucharon que también en medio de tanto sufrimiento se puede vivir esperanzado. Quizás entendía de desierto y, quién sabe por qué, también de agua.

 

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