Fundó una Orden muy particular, con el objetivo de liberar el cuidado a los enfermos de los malos tratos y humanizar los hospitales y acompañar al buen morir. Pero no fue fácil el inicio.
El desacuerdo entre religiosos y con Camilo, fue una tónica permanente. Ante el mismo papa dijeron: “Su santidad no se asombre si ha oído de la existencia de desacuerdo entre nosotros, porque todos perseguimos el buen fin, para encontrar mejor la voluntad del Señor sobre nuestro instituto; cada uno quiere aceptarla y cada uno piensa que su opinión es la mejor, tanto para la Orden como para provecho de los pobres”.
Camilo renunciará al generalato no solo por cansancio o por actitud virtuosa, sino quizás también por hartura en las resistencias encontradas para llevar adelante su propuesta, lo que hacía con tanto carácter. Se sentía perseguido (por lo que él dirá que es obra del diablo).
En septiembre de 1607, el cardenal Ginnasi ordena una dieta en Roma en su presencia. Debían estar presentes el padre Camilo y los consultores y provinciales de la Orden, con el fin de estudiar los remedios para las dificultades que obstaculizaban la marcha de la Orden y turbaban los espíritus. Camilo se sintió desorientado. (…) Viéndose viejo y consumido por el trabajo, decidió renunciar al Generalato, declinar toda responsabilidad y gobierno y retirarse bajo el suavísimo yugo de la Santa Obediencia. Decía que, de todos modos, la Orden, por gracia de Dios, se ha hecho adulta y tiene tanta edad que sin mí puede conocer perfectamente el bien y el mal y gobernarse por sí sola.
¿Cómo se gestiona saludablemente el fin del gobierno de personas muy significativas en organizaciones? Ahí queda eso.
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