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Ante el telón del propio corazón – Autoconocimiento y ayuda

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2000

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“Ahora no tengo miedo a estar solo. Ni a mirarme al espejo, ni a encontrarme con mis fantasmas. Los conozco. Son mis aliados. Pero es más fuerte lo positivo que he encontrado en mí”. Así se expresaba Rafael, médico, cuando, después de una serie de encuentros en nuestro Centro de Escucha San Camilo, confesaba haber renacido y encontrado la paz que no se daba a sí mismo desde la muerte de su mujer. Ahora es un magnífico ayudante de otras personas en crisis.

La máxima escrita en el frontispicio del templo de Delfos y que Sócrates hace suya (“conócete a ti mismo”), constituye el primer requisito para cualquier ayudante, agente de salud o social.

El autoconocimient, en efecto, es uno de los integrantes de la tan traída y llevada inteligencia emocional. Conocerse constituye un camino de preparación para ser un buen profesional de la ayuda.

Dejarse explorar por sí mismo –con ayuda externa o sin ella- con las herramientas de la reflexión, el silencio, la autoobservación sincera, supone un trabajo minucioso como el de un entomólogo, que nos puede llevar a paisajes primaverales y otoñales, de reposo estival y de frío invernal.

Encontrarse con la propia sombra

Conocerse es un camino tortuoso que puede producir temor. Nos asusta hablar en primera persona, nos asusta hablarnos en primera persona porque haciéndolo ponemos ante nosotros la verdad de un niño frágil, lleno de límites y necesidades, tembloroso por dentro y con apariencia (máscara) de fuerza por fuera.

Al hilo de las reflexiones de Carl Jung, diríamos que el autonocimiento tiene como uno de sus objetivos fundamentales la integración de la propia sombra. La sombra constituye, en lenguaje metafórico, un oscuro tesoro compuesto por los elementos infantiles del propio ser, los apegos, los síntomas neuróticos y los talentos no desarrollados, los sentimientos difícilmente aceptados, los límites y zonas oscuras que, a primera vista, repugnan a la buena imagen que queremos tener y dar de nosotros mismos.

Conocer e integrar la propia sombra es sanarse. Supone una apasionante terapia del límite, es decir, un proceso de humanización donde la propia fragilidad se convierte en recurso, donde lo que desearíamos esconder se transforma en fuente de comprensión de las dinámicas ajenas, hasta que podamos decir serenamente. “nada humano me es ajeno”; ninguna dinámica personal que encuentro en los demás no tiene un eco en mí que me permita ser comprensivo y humano ante ella.

Sentarse ante el telón del propio corazón dispuesto a asistir a la representación realista de nuestro interior, puede producirnos pánico. Sólo quien sobrevive a la contemplación serena de las escenas menos agradables, de los recuerdos imborrables que afectan y han construido la propia personalidad, de la tiranía de los sentimientos que a veces no se han dejado manejar por la razón, sólo ese será un artista en la escucha de la vulnerabilidad ajena.

Descubrir lo mejor de sí mismo

Si auotexplorarse nos produce miedo por lo que significa de descubrimiento de la propia sombra, de las propias dinámicas egocéntricas y destructivas, puede producirnos también el gozo del reconocimiento de nuestras propias cualidades positivas.

Sólo deteniéndose ante sí y saboreando con gozo cuanto de noble y bueno hay n nosotros, podremos utilizarlo y ponerlo al servicio de las relaciones de ayuda. Sólo quien cultiva una visión positiva de sí mismo estará entrenado en la identificación de recursos y adiestrado para acompañar a los enfermos, a los excluidos y o cualquier necesitado de ayuda, en el proceso de identificación y movilización de sus propios recursos.

Poner nombre sin rubor a lo que de positivo hay dentro de uno mismo es condición para una buena autoestima y equilibrio mental. Conocerse en clave de consideración positiva de sí mismo es sanante y saludable, humanizador para sí mismo y para los demás. Extraños mecanismos de vergüenza o pseudohumildad pueden empobrecernos y empobrecer nuestras capacidades de ayuda.

Los propios recursos son, precisamente, las posibilidades que tenemos para manejar e integrar los límites. Sentimientos y razón encontrarán el equilibrio en el complejo mundo de las relaciones interpersonales y de ayuda si educamos el corazón con el gozo de quererle, también allí donde se nos presenta remendado o necesitado de ser zurcido pacientemente.

Cuenta Carl Rogers, a propósito de la consideración positiva, que cuando era niño guardaban en su casa las patatas para el invierno en un cesto en el sótano, a más de un metro por debajo de una pequeña ventana por la que entraba muy poquita luz. Las condiciones adversas no eran favorables, pero a pesar de ello, germinaban. Sus brotes eran de un blanco enfermizo, muy diferentes a los verdes y sanos que se producen cuando se plantan en primavera. Sin embargo, esos tristes y endebles tallos llegaban a crecer cuatro o cinco palmos hacia la poca luz de la ventana. Esos brotes, dice Rogers, constituían una expresión desesperada de la tendencia a desarrollar lo positivo que hay dentro de cada persona. Jamás llegarían a convertirse en plantas, a madurar, a realizar su auténtico potencial, pero se esforzaban por hacerlo en las más adversas circunstancias.

Así también, las personas estamos habitadas de positividad que, conocida, reconocida y estimulada, constituye el mejor de los potenciales para la relación de ayuda. El secreto está en tener el coraje de autoconocerse.

Una medicina inteligente, una buena enfermería, una adecuada intervención social no se logra exclusivamente por el hecho de aprender muchos conocimientos propios del ámbito de trabajo. El autoconocimiento es un camino privilegiado, necesario, imprescindible, para hacer buenas intervenciones de ayuda. Quien no se conoce es un extraño para sí mismo. Quien cree conocerse pero no ha invertido ni invierte con una cierta asiduidad, energía en la autoexploración o en dejarse acompañar, puede ser un ignorante de su desconocimiento. No es infrecuente que luchemos contra lo que más necesitamos aterrorizados por nuestra verdad que, al fin y al cabo, además de ser nuestra, es tan común como que el camino más corto para comprender al otro es el conocimiento y comprensión de sí mismo.

En último término, ¿no es acaso cierto que abrir el propio corazón, sin miedo ni tapujos, ante otra persona, es una experiencia liberadora y sanadora? Si sentirse escuchado es una verdadera necesidad social, escucharse a sí mismo es un camino adecuado y necesario para encontrar, en la propia historia, el maestro que se mueve entre positividad y negatividad, entre recursos y dificultades.

El reto no es otro que conocerse hasta poder decirse a sí mismo: “me quiero como soy”, “nada humano me es ajeno”.

 

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