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El duelo es indomable

El duelo es un proceso. Sí, lo describimos e intentamos comprender, y hablamos, a la sombra de Freud de “tareas del duelo”. Pero, como nota Allouch, no es simplemente una tarea que debemos llevar a cabo de manera pautada e incluso mecánica para rellenar un vacío. El vacío no se llena.

Frente a la inexorable realidad de la muerte, el proceso del duelo es la oportunidad que nos plantea la vida para reconstruirnos de nuevo, -quizás plenamente-, sin esa parte de nosotros que nunca más volverá. Se trata de aprender a vivir amputados.

El duelo es una metamorfosis del alma humana, un camino quizás fértil y necesario para una aprehensión más profunda de sí.

La genuina compasión del duelista ha de reconocer la singularidad de cada experiencia de muerte de un ser querido, como experiencia subjetiva, ética y elaborativa.

El duelo es indomable. Frente a aquellos discursos que buscan domesticarlo y normalizarlo, para poder hacer algo con la “pérdida”, para inscribirla en la propia piel y subjetividad. Aunque en el máster en intervención en duelo y en las publicaciones del Centro de Humanización de la Salud hablemos de “duelo normal” y complicado, y patológico, en realidad, el duelo se resiste a ser normalizado y expresa su carácter único e íntimo de elaboración de una ausencia. Es como una amputación. Reconocer esta indomabilidad del duelo permite entenderlo en su dimensión ética y política.

 

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