El corazón, en su versión positiva es meditativo y pensante. Medita cordura (Sal 49,4), puede ser puro (Sal 51,12 2 Tm 2, 22; 1 Pe 1,22) y contrito (Sal 49,4), estar a punto de cantar (Sal 57,8; Sal 108,2) y limpio (Sal 73, 1). Dice Cicatelli de Camilo: “Cuando oía nombrar la pureza de corazón o frases semejantes, parecía que una lluvia de maná y de dulzura se le derramaba en el pecho, tal era la alegría y contento que sentía”.
El ser humano puede ser recto de corazón (Sal 94,15; 97,11; 125, 4), firme (Sal 112,7; Sal 119, 80) y sólido (Jb 41,16; 1 Ts 3,13). En él puede habitar la paz (Col 3,15). Al corazón se le puede adornar con dulzura y serenidad (1 Pe 3,3), en él puede despuntar el lucero de la mañana (2 P 1, 19).
Cuando abrieron el pecho de Camilo, tras el fallecimiento, el Cicatelli relata así: “Hallaron el corazón tan bello, que parecía un rubí, mas de tanta grandeza que quedaron admirados cuanto le vieron”.
Deseo un corazón perfecto, dice un poema (Sal 101, 2.4.5; Jr 11,8; Lc 1, 51), enderezado (Si 49,3), que guarda las cosas sabiamente (Si 50, 28), cuyas paredes se estremezcan (Jr 4, 19) y que sea capaz de estar con el otro (Jr 12,3), de gemir como una flauta en duelo (Jr 48,36), ser valiente como el de una mujer en parto (Jr 48,41).
El corazón puede recrearse con el vino y confortarse con el pan. (Sal 104,15) El ser humano busca de todo corazón guardar los buenos preceptos (Sal 119,2), observarlos (Sal 119,34) y sentirse por eso dilatado (Sal 119,32) y desear el encuentro ardientemente (1 Ts 2, 17). El corazón puede dejarse sondear (Sal 139,23).
El corazón es el espejo del ser humano (Pr 27,19).
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